Napoleón y el Directorio, habían trazado un plan de expansión a costa de los británicos, que incluía un tratado de mutuo entendimiento con el Imperio Otomano de los turcos.
Para llevar a cabo el tratado con el Imperio Otomano, se designó un encargado de las negociaciones. Este fue el obispo de la población francesa de Autun, Charles-Maurice Talleyrand, también ministro de Asuntos Exteriores del Directorio. Tenía que llevar a cabo un pacto clave para la expansión de los franceses. Charles prometió a Napoleón viajar a Constantinopla para forjar un acuerdo favorable, pero no lo hizo.
Así que en el otoño de 1798, Turquía, instigada por Inglaterra, declaró la guerra a Francia.
Antes de que sucediera ningún ataque, Napoleón se adelantó y decidió invadir Siria, un territorio que se identificaba con la Tierra Santa de los antiguos Cruzados.
A finales de enero de 1799 reunió a su ejército para afrontar el paso del Sinaí. Las condiciones eran tan duras que tuvieron que comerse sus camellos y asnos de transporte.
El 25 de febrero, la ciudad de Gaza calló en sus manos. En se momento surgió un problema, no sabían qué hacer con los más de dos mil turcos capturados, porque no podían alimentarlos a todos. Se decidió dejarlos libres con la promesa de no volver a luchar contra ellos.
Siguieron avanzando y el 7 de marzo se produjo la llegada e invasión de Jaffa. En este lugar pasó lo mismo, pero el número de capturados fue duplicado.
Napoleón consultó con sus oficiales y finalmente decidieron que los capturados fueran asesinados. El 10 de marzo fueron llevados hacia las dunas, junto al mar y fusilados, cuando se acabaron las balas se procedió con la bayoneta. Fue una auténtica masacre.
La idea era que esta acción fuera un golpe de efecto y los palestinos por miedo no se resistieran a la conquista.
La enfermedad de la peste bubónica estaba cebándose con las tropas de Napoleón desde que desembarcaron en Alejandría. El propio Bonaparte se trasladó al hospital dónde estaban los enfermos para visitarlos, aunque las recomendaciones eran que no se acercara a ellos, para evitar un posible contagio. Quería demostrar así que no les perseguía la fatalidad, solo una simple enfermedad.
En su avance las siguientes metas eran Haifa y San Juan de Acre. Esta última ciudad era la pieza clave que le abriría la puerta hacia Damasco y luego Constantinopla. Cuándo llegaron allí las tropas estaban desabastecidas y enfermas, y se encontraron a ochocientos marinos ingleses protegiendo la zona.
Intentaron hasta ocho veces el asalto, pero fue en vano, todas las veces fueron rechazados. Al final Napoleón cedió a los consejos de sus oficiales y se retiraron a Egipto de nuevo. El viaje de vuelta fue complicado, había muchos heridos, así que se obligó a ceder la montura a estos, el resto harían el viaje a pie.
Al volver a Jaffa se encontró con el hospital atestado de enfermos de peste bubónica. No era posible volver con todos aquellos moribundos, así que le sugirió al médico que les administrara láudano, para acabar con su sufrimiento. El médico se opuso, su deber es conservarles la vida. Se resolvió administrar la eutanasia a quién la reclamase.
Información obtenida del libro Breve Historia de Napoleón. Editorial Nowtilus.