Ya desde la antigüedad nos acompaña la vanidad.
Se puede ver a diario, personas que se insultan y se hieren porque una de ellas le ganó posición mientras estaba conduciendo el automóvil o profesionales que prefieren ver fracasar la idea de su compañero porque él mismo no es parte de ella, son algunos de los efectos de la terrible vanidad.
El ego o vanidad, que es útil para fortalecer la autoestima y superar las crisis que llegan de forma inesperada, no son para nada buenos cuando se instalan por encima de la cordura, nos ciegan e impiden que analicemos y actuemos con claridad y sin envidia, por el éxito de los demás.
Se suele decir de manera coloquial que la gente se muere más de envidia que de enfermedades naturales, para ejemplarizar que la vanidad puede convertirse en mala consejera. En pasajes de La Biblia nos mostraron varias veces como los hermanos llegaron a matarse entre si por causa de la envidia, y en las empresas no existe peor tropiezo de la gestión y efectividad en los resultados, que la envidia.
¿Te imaginas dos áreas del negocio luchando entre sí por convertirse en la estrella del reconocimiento? ¿Te imaginas a dos vendedores intentando que el compañero se tropiece para que no nos supere? ¿A dos líderes buscando vencer en lugar de convencer en buena sintonía? La terrible vanidad te puede desviar de tus propósitos, para mirar al de al lado en vez de concentrarte en tu propio camino. Cultiva el agradecimiento y deja la vanidad de lado.
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