“Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel”
Es de tanta importancia de lo que se habla de Simeón en la Biblia, que sin ser él un sacerdote o un profeta o cualquiera de estas figuras que llaman la atención, lo que se dice de él y de sus virtudes, nos indica que Simeón era para su tiempo un hombre que practicaba dos de las cualidades que el Señor más aprecia y que más escaseaban, la justicia y la piedad. Además era un hombre de esperanza, de fe en las escrituras que anunciaban al Mesías.
Simeón era uno, pero no el único de los que esperaban la consolación de Israel, y le había pedido a Dios que no viera su muerte antes de ver al ungido, lo cual le fue confirmado por el Espíritu Santo.
Una mañana, estando Simeón en oración en su casa recibió revelación del Espíritu Santo que se dirigiera al templo, lo cual el hizo inmediatamente. Al llegar encontró a los padres de Jesús que le traían al templo para hacer con el niño, conforme al rito de la ley. La acción del Espíritu Santo hizo que Simeón se sintiera conmovido en descubrir que estaba frente al Mesías. Así que lo tomo en brazos y lo bendijo.
“Ahora Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación. La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles. Y gloria de tu pueblo Israel.”
Uno de los grandes aportes de Simeón fue dar testimonio que Jesús con ocho días de nacido era el elegido y que la luz de salvación también era una revelación para los gentiles.