“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham...Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas... y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré…”
Antes que Abraham fuera llamado por Dios, se conocía el modo en que Dios aplicaba a los hombres méritos de conducta humana, sin que aparentemente se llegara al concepto de fe, así que observamos como Dios libraba de castigos colectivos a hombres cuyos méritos eran vivir una vida de integridad como en los casos de Abel, Enoc y Noé.
Pero a partir de Abraham, Dios determina, que la fe es vital para alcanzar la salvación que él ofrece. En el capítulo escogido está bien definido el valor de la fe. Dios le había prometido a Abraham que sería una bendición para generaciones futuras en todo el mundo, aún antes de que Abraham tuviera un hijo con su esposa Zara.
Como sabemos, hacía años que Zara no podía concebir, de modo que fue necesario, que el ángel del Señor le ratificara a Abraham que Zara tendría un hijo, y a partir de esa promesa de Dios, la fe en Abraham, no solo comenzó sino que se fortaleció cuando el niño nació.
Pero el nacimiento de una fe inquebrantable, solida y perfecta, apareció en Abraham, cuando Dios le ordeno sacrificar a su único hijo, así lo dijo Dios, tu único hijo, ya que ese niño, era el único que llenaba los requisitos de Dios para iniciar o continuar, el propósito de levantar un pueblo especial.
El éxito de Abraham, fue obedecer la orden de Dios, aunque con gran dolor en su corazón. Finalmente, Dios reconoció, que Abraham le temía y Dios lo premió, otorgándole el título de padre de la fe.