En el centro de la ciudad de Berlín y bajo un bloque de edificios gris y un aparcamiento, se sitúa el búnker dónde Hitler pasó sus últimos días.
El día 6 de enero de 1945 entró por primera vez Hitler a refugiarse en el bunker por los bombardeos que sufría Berlín. Pudo seguir viviendo en sus estancias privadas de la Cancillería hasta mediados de febrero. A partir de esta fecha se vio obligado a trasladarse al bunker definitivamente.
Era un lugar asfixiante, con habitaciones ridículas y estrechas escaleras. Para que resultara agradable, las despensas estaban llenas de manjares y bebidas. Pero los allí presentes estaban de acuerdo en el ambiente de tensión inaguantable.
Aunque la ciudad de Berlín estaba ya sitiada por los rusos, Hitler mantenía su espíritu luchador, realizando maniobras de ataque, la mayoría con derrotas como resultado.
El día 12 de abril llegó al bunker la noticia de la muerte de Roosevelt, lo que proporcionó alegría y esperanza. Al día siguiente, con la caída de Viena, la esperanza se apagaría de nuevo.
El día 15, Eva Braun, compañera sentimental de Hitler, se traslada al bunker para acompañarlo.
El Führer mandó realizar un contraataque para romper el cerco que sufría Berlín y al día siguiente se reunió con sus generales, que le comunicaron que la operación había fracasado. Esta información irritó a Hitler, que los maldijo y los acusó de traicionarle. Cuándo se calmó, comunicó a los presentes su intención de quedarse en Berlín. Estos intentaron convencerle de que huyera, pero no fue posible.
A partir de ese momento Hitler fue consciente de que había perdido la guerra y por su cabeza pasaba la idea del suicidio. Comenzó a comportarse de forma rara, deambulaba por el bunker arrastrando los pies y con los ojos inyectados en sangre.
En sus últimos días se sucedieron las traiciones. Goering, le escribió para sugerirle que quería ser su relevo al frente del Reich; y también salieron a la luz las conversaciones de paz que Himmler había comenzado con el enemigo. Ambos fueron destituidos.
Esa misma noche, Hitler mandó llamar a un funcionario municipal para contraer matrimonio con Eva, generando así un ambiente de rareza y alegría dentro del bunker.
La noche siguiente, Hitler dictó su testamento, en él siguió dando muestras de su enfermiza obsesión con los judíos, culpándolos de todo lo que estaba pasando.
Mientras seguía el ambiente de celebración, llegó al bunker la noticia de que Mussolini y su amante Clara Petacci habían muerto a manos de los partisanos y sus cadáveres ultrajados y colgados por los pies en Milán. Hitler no quería que a Eva y a él les ocurriera eso, así que consultó con su médico la forma de suicidarse. Además, dejó el encargo a su chófer de guardar 200 litros de gasolina para quemar los cadáveres.
La noche del 29 de abril, el Führer reunió a doce personas de su servicio para despedirse. Al día siguiente le comunicaron la existencia de tiradores soviéticos a 300 metros del bunker. Esa mañana fue la última comida de Hitler, al que acompañaban su esposa Eva y sus secretarias. Al final de la comida las obsequió a todas con cápsulas de veneno. Después, a las dos y media, congregó a todos, y Eva y él les fueron estrechando la mano en forma de despedida. El Führer les dedicó unas palabras y se retiró a su habitación.
Intentaron que Hitler cediera ante sus intenciones y huyera de Berlín, pero fue posible. El Führer volvió con Eva a su habitación. A los diez minutos se escuchó un disparo. Con cuidado abrieron la puerta y se encontraron que ambos estaban sentados en el sofá, él se había disparado en la sien y ella se había tomado el veneno.
Fueron envueltos en mantas militares y subidos al jardín de la Cancillería, dónde se les roció con gasolina y se les prendió fuego al grito de: ¡Heil Hitler!
Información obtenida del libro Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial. Editorial Nowtilus