Seguro que más de una vez has utilizado esta expresión de forma jocosa cuando le has quitado el sitio a alguien, pero ¿te has preguntado de dónde viene?
Pues para encontrar su origen tenemos que remontarnos a tiempos de Enrique IV, allá por el año 1500. Y hemos de hacer una aclaración inicial, realmente el dicho verdadero debería ser: El que se fue de Sevilla, perdió su silla. Te explicamos por qué.
En esta época Alfonso I de Fonseca era arzobispo de Sevilla y consiguió para su sobrino, Alfonso II de Fonseca, el obispado de Santiago de Compostela, pero al muchacho el puesto se le quedó grande y tuvo que volver a Sevilla dejando tras de sí disputas y problemas sin resolver. Alfonso I tomó entonces cartas en el asunto y viajó a Compostela para arreglar todo el estropicio provocado por su sobrino en la diócesis de Santiago. Tras conseguirlo, volvió a Sevilla y se encontró con una desagradable sorpresa: su sobrino había usurpado su cargo de arzobispo de Sevilla. De ahí lo de: El que se fue de Sevilla, perdió su silla.
Si sientes curiosidad por qué pasó al final, te contaremos que Alfonso II no se quedó finalmente con el cargo de su tío. Y es que su tío se quejó de la situación al mismo Papa, Pío II, que intervino con la fuerza armada para que Alfonso I de Fonseca recuperara su legítimo cargo.